domingo, 1 de febrero de 2009

Miedos

De camino intentaba prepararme para cualquier nueva sorpresa que pudiera encontrarme. Me sentía realmente asustada y nerviosa, pero necesitaba descubrir que es lo que estaba pasando. Un mes antes mi vida era tan rutinaria que resultaba ser tremendamente aburrida. Permanecer en casa viendo las películas que me descargaba de Internet, levantarme tarde, observar los transeúntes que caminaban velozmente por las aceras de la Gran Vía... ahora echaba de menos todo aquello y me preguntaba qué es lo que realmente me motivó a cambiar algo, que en realidad, no estaba tan mal.

Estaba delante de su puerta. Mis dedos se entrelazan una y otra vez con el juego de llaves de la casa de Claudio. Aún guardaba la copia de la época en la que yo entraba y salía de allí como me venía en gana. Absurdamente me pregunté si seguiría mi cepillo de dientes en aquel diminuto baño rosado.

Aparentemente todo estaba tranquilo... pero me daba un miedo terrible no saber lo que me podía encontrar tras esa endeble puerta de chapa. Como siempre, me costó girar la llave en la cerradura. Odiaba que se atascara con tanta facilidad, pero esta vez me embargo una agradable sensación pensar que, al menos, algo seguí siendo como siempre. La puerta crujió tímidamente. Dentro, todo parecía oscuro. Palpé las paredes intentando adivinar el viejo interruptor de la luz. Reaccioné inconscientemente bajando la mirada mientras esperaba que viniera Miko a recibirme, pero la casa permanecía en el más tenebroso silencio.

jueves, 25 de diciembre de 2008

La espera

Pero Claudio no apareció. Lo había esperado durante horas, sentada en el sillón del salón, consumiendo un cigarrillo tras otro de manera descontrolada y mirando alternativamente el parqué vacío y la puerta reventada. El reloj marcó primero las nueve, luego las diez, y a las 12 menos cuarto supe que ya no iba a venir.

Si pensé en algún momento en llamar a la policía, la amenaza de que matarían a mi sobrino me había disuadido de hacerlo. El descubrimiento de que el accidente de mi hermana y mi cuñado no había sido tal me dejó noqueada. Nunca pensé que aquel juego en el que me había metido me fuera a costar tan caro.

Poner al descubierto los trapos sucios de aquel famoso empresario del mundo de la moda me había parecido una idea muy interesante, tanto por el dinero que me habían ofrecido por la exclusiva, como por el renombre que me daría dentro de la profesión. Sabía en su momento que aquello conllevaría riesgos, incluso grandes riesgos. Pero nunca había pensado que tendría que temer por mi vida o por la de mi familia.

Por mi culpa… Mi cuñado estaba muerto por mi culpa, y mi hermana en coma. Y ahora mi sobrino… El nudo de mi garganta se hizo aún más grande y las lágrimas, que no habían dejado de brotar de mis ojos, surgieron con fuerzas renovadas.

No pude esperar más. Era medianoche y Claudio no había aparecido, y tampoco respondía al teléfono. Incapaz de quedarme por más tiempo sentada en ese sofá, torturada por la culpa y la pena, cogí mi abrigo y salí a la calle, dejando la puerta reventada de mi casa abierta, importándome bien poco que alguien entrara y se llevara todo lo que había. Lo que más me importaba ya no estaba allí.

El suave viento de la mañana se había vuelto gélido ahora, y me azotaba en la cara, seca ya del llanto. Si alguien me hubiera observado en aquel momento, tan sólo hubiera visto una figura que se tambaleaba como un muñeco de trapo, cegada por la luz de las farolas y movida por una fuerza extraña, desesperada.

Decidí ir a casa de Claudio.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las cosas se complican

Un ruido contundente me despertó de mi sueño. Lo primero que pensé es que una de mis compañeras de piso habría dado un portazo.

-¿Marisa?

No encontré respuesta.

- ¿Clara?

De nuevo silencio, pero a la vez la inconfundible sensación de que no estaba sola. Me incorporé lentamente, con el terror acelerandome el pulso. Ya había anochecido y la luz que se colaba de las farolas de la calle era la única iluminacion en la casa. Cuando por fin alcancé la puerta de mi habitación, pude ver al final del pasillo la puerta de entrada. Estaba entreabierta, con la cerradura destrozada y aún oscilaba. Proyectada en la pared de enfrente, vi una sombra difusa que bajaba apresuradamente las escaleras del edificio.

Seguía avanzado lentamente, consciente de mi vulnerabilidad y sin saber si había algún otro intruso en la casa. Fue entonces cuando me di cuenta de que no oía a Alex, ninguno de sus ruiditos. Al llegar a la puerta del salón, la visión de su parque vacío me provocó un vuelco, e instintivamente corrí hacia donde le había dejado por última vez. Entre sus juguetes, sólo una nota: "DEJA DE METER TUS NARICES EN LO QUE NO TE IMPORTA. TU SOBRINO PUEDE CORRER LA MISMA SUERTE QUE SUS PADRES".

Aún con la nota en la mano, atónita, me hizo dar un respingo el sonido de mi teléfono móvil. Era Claudio. Lo descolgué sin decir nada, no me salía la voz.

- Ana, tenemos que vernos. Han entrado en mi casa.-Fue todo lo que me dijo Claudio.

Me sentía aterrada, y paralizada al mismo tiempo. Mis músculos apenas respondían y todo lo que pude responder a Claudio fue que si podía venir a mi casa.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Claudio

Claudio fue durante varios años de mi adolescencia el amor platónico que toda quinceañera llega a tener. Él me hizo descubrir el sentido de la amistad, los inicios del tonteo, del amor embargado por los primeros suspiros de emoción. Claudio es una parte muy importante de lo que he llegado a ser y guardo con gran cariño todos esos momentos apasionados que en su dia vivimos. Claudio es mi mejor amigo y confidente... además ahora es mi socio en la operación que estoy llevando a cabo. Al principio no quería formar parte de ella por principios morales. Él suele ser el que me lleva por el camino correcto y yo suelo ser la que evita que esto ocurra... él es práctico y yo soy una cabeza loca.

Por eso no estaba de acuerdo con la idea inicial, pero empezó aportando alguna idea y ahora forma parte de todo el plan. Supongo que todos tenemos un precio, y nos volvemos un poco locos cuando nos hablan de cifras millonarias y nos vemos a nosotros mismos nadando entre fajos de billetes.

El hecho de ser tan compatibles es lo que nos ha llevado sin querer a conplementarnos con tanta facilidad. Eso, y la necesidad de sobrevivir sin deudas de por vida, por supuesto.

Dejé que se agotaran todos los tonos de llamada, aún sabiendo el resultado. Claudio no solía escuchar el móvil nunca y me costaba horrores contactar con él. Necesitaba explicarle con detalle todo lo que conseguí avanzar con aquel arranque de valentía y necesitaba que me echara una mano con el tema de la moda porque no sabía por dónde empezar.

Me dejé caer pesadamente sobre la cama. Debería levantarme a hacer algo de cena y a preparar el baño de Alex. Escuchaba a lo lejos sus balbuceos pero me sentía terriblemente cansada... sin ser consciente empezaba a sumirme en un profundo sueño. Si no me hubiera llegado a tumbar posiblemente podría haber evitado la inesperada y desagradable visita de aquella noche.

martes, 18 de noviembre de 2008

La tapadera

Siempre me preguntaba por qué aquel crío se empeñaba en llamarme mamá. Tampoco me parecía tanto a mi hermana como para que mi sobrino nos confundiera, por muy bebé que fuese. Bueno, al fin y al cabo, era sólo eso, un bebé, pensé, y su madre llevaba más de dos meses en el hospital.

El accidente de tráfico que había dejado a la criatura huérfana de padre y con su madre muy malherida fue un duro trago. Al dolor por la pérdida de mi cuñado y la situación de mi hermana se unió el tener que cuidar de un bebé de pocos meses cuando hasta entonces yo no sabía ni lo que era un niño.

Mis compañeras de piso habían aceptado a regañadientes al nuevo inquilino, y aunque no se habían atrevido a decir mucho más por lo dramático del suceso, yo sabía que les había impuesto un cambio en su estilo de vida… Sin embargo, compartir piso, aun con 29 años, se había convertido en la única alternativa, dada mi situación.

-Alex, di hola a la tíaaa-clamé, intentando poner el tono más maternal que supe. Quería a mi sobrino, pero no me sentía preparada para ejercer de madre. Y aún tenía que pensar quién cuidaría de él mientras yo trabajaba en la revista.

Me puse en los brazos al niño mientras ojeaba el contenido de la carpera granate que me habían dado en el trabajo. Pff. Tenía que empezar al día siguiente y no tenía ni idea de por dónde. Pero antes… Antes debería llamar a Claudio y contarle lo del tal Nacho. Me inquietaba que me pudieran haber descubierto antes de tiempo. Mi empleo en la revista de moda serviría de tapadera durante un tiempo para cubrir mi verdadero trabajo, pero, ¿por cuánto? ¿Acaso “Nacho”, fuese quien fuese, conocía mis verdaderas intenciones, aquello que me habían encargado?

Cerré los ojos. Ignaccio… Pensé. Ojalá fueras tú el de los mensajes. Mientras descolgaba el teléfono para llamar a Claudio, me imaginé reflejada en sus ojos, tan azules que parecían pintados a acuarela, como aquella tarde, tan lejana ya.

Llego tarde

Como tantas otras veces, al final me fui sin comprar nada. Recordar finalmente quién era Nacho me había perturbado un poco, y tenía la esperanza de que el aire fresco de la mañana me despejara la mente.
El metro iba a esa hora mucho más vacío, tan sólo algunas señoras de mediana edad y jubilados matando las horas muertas. De vez en cuando miraba a mi alrededor para comprobar que nadie me estaba vigilando, y es que el último mensaje recibido en mi móvil me había conseguido asustar de verdad. Había recordado a un personaje con un nombre cercano a "Nacho", pero eso no confirmaba que fuera él quien estaba detrás de aquel número. Y seguía sin sentirme con el valor suficiente para llamar. Las paradas que me separaban de mi casa pasaron sin apenas darme cuenta, absorta en mis pensamientos y aún intentando comprender de dónde había sacado el valor para hacer una locura así en el despacho.
Al salir de nuevo a la superficie, el reloj de la farmacia que había junto a mi portal me recordó que eran ya casi las 11 de la mañana. Apreté el paso porque sabía lo pesada que se ponía Marisa, una de mis compañeras de piso, con el tema de la puntualidad.
Nuestra finca tenía más de 50 años y no tenía ascensor. Subí de dos en dos los escalones y llegué casi sin aliento. En cuanto Marisa oyó mi llave en la cerradura, empecé a oir su voz con quejas.
- Ya he llegado... ya he llegado. Venga, no te quejes más, ya puedes marcharte.
- Joder, Ana, es la segunda vez en una semana, ya estoy harta de que abuses de mí de esta manera... yo también tengo mi vida, sabes? Llegas más de media hora tarde.
Sabía que ella seguía hablando y hablando y hablando... pero ya no la escuchaba. Tan sólo podía ver una pequeña figura recortada en el sol que entraba por la ventana que sonreía mientras me decía "Mamamamama".

viernes, 14 de noviembre de 2008

Ciao bambinas!

Si, recordaba a Nacho.

Trabajar en una revista de moda podría resultar relativamente sencillo. Ya que no sabía escribir sobre el tema, pensé que lo mínimo (y en lo que más se fijarían) era que yo misma supiera vestir a la moda, así que, sin mucha gana, me encaminé a la calle comercial más cercana a renovar mi vestuario.

Mis dedos seguían jugueteando con aquel mechero mientras me alejaba, sumergida en mis propios pensamientos, del edificio que a partir de mañana sería mi nuevo centro de trabajo.

Nacho, le llamábamos Ignacchio imitando un ridículo acento italiano. Le conocimos el pasado verano durante nuestras vacaciones en Alicante. Todos los años hacíamos una "escapada de chicas" y huíamos a la playa a desquitarnos del conocido estrés madrileño. Casi era más estresante que cualquier mañana en hora punta, porque no parábamos ni un minuto, a la vez que destrozábamos nuestros físicos entre juergas y resacas. En el fondo nos encantaba y, al fin y al cabo, era una vez al año.

Stradivarius siempre tiene los últimos modelos aunque no son demasiado formales. Zara ha pasado a ser demasiado clásico. Me daré una vuelta por C&A. Apuré todo lo que pude mi última calada.

Ignacchio no era italiano, era cordobés. Coincidimos en aquella tetería de la Plaza Canalejas a la que acudíamos cada noche a fumarnos nuestra shisha de manzana como preparación a la noche que quedaba por venir. Ignacchio nos miraba con aire divertido desde la mesa de al lado. Posiblemente contaba la cantidad de tonterías que éramos capaces de decir por minuto. Estoy segura de que pensaba que éramos unas niñatas inmaduras en plena edad del pavo, pero lo cierto es que pensara lo que pensara me daba absolutamente igual.

¿De verdad alguien puede ser capaz de comprarse unos vaqueros rosas con flores estampadas? solté con cierto repelús la prenda que acababa de coger para ver que mis ojos no mentían y realmente "eso" se vendía y no se regalaba..

Hacía bastante tiempo que tomé la firme decisión de que ningún hombre más me rompería el corazón. Me interesaba salir con mis amigas y divertirme todo lo que podía. Ningún tío más me tendría colgada de una ilusión que nunca llegaba a materializarse. Ignacchio no lo sabía y miraba a mi grupo con cierto aire desafiante. No sabía que ninguna estábamos dispuestas a entrar en ningún tipo de juego, porque en ese momento éramos nosotras y nadie más.

- Disculpa, ¿vas a entrar? - dos adolescentes me miraban con impaciencia con varios pares de camisetas de tirantes en la mano.

- Ehm... sí, perdonad... - Me crucé con la señora que acababa de salir del último probador. Dejó el pasillo inundado de la colonia "pachuli" que me recordaba al olor de casa de mi abuela.

Como era de esperar no tardó mucho en acercarse.

- Ciao bambinas! Come ti va? come vanno le cose la? - Resultaba especialmente cómico escuchar a un andaluz imitar a un italiano y los primeros efectos de las copas dejaron que soltáramos sonoras carcajadas.

De pronto reparé en sus ojos, su mirada y mi mundo se silenció. Volví a encontrarme sola, aislada en una habitación en la que sólo nos encontrábamos sus ojos y el latir de mi corazón. No podía volver a pasarme esto a mí...